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viernes, 24 de abril de 2009

Huida


Buscaba desesperadamente una salida. Sus piernas ardían y dolían ya de correr, y su respiración se había acelerado al límite sin darle un resultado merecido. Se detuvo ocultándose en un umbral, de espaldas a una alta reja. Vió hacia atrás, pero antes de lograr disringuir nada en la niebla oyó de nuevo las voces de quienes le perseguían. Presa del pánico saltó la reja y se echó al suelo, rezandole a dioses en quienes jamás creyó por algo que no sabía si era posible. Cerró los ojos y hasta contuvo el aliento.
De pronto algo golpeó las altas y negras rejas que constituían la puerta. Se levantó y echó a correr, y al volver la vista atrás notó que sus perseguidores no intentaron buscarlo, solo dieron la vuelta y se marcharon.
Menguó la marcha, y sonrió un instante hasta que alzó la vista alrededor y notó en donde había entrado: el viejo cementerio. Trastabiyó al intentar retroceder y cayó sentado sobre una lápida. Una figura dejó caer la sombra que proyectaba la luna llena sobre él.
Una voz le preguntó "estás muerto?". "No", respondió balbuceando. "Entonces largo de aquí".
No distinguió el rostro pero supuso que sería un sereno. Al cruzar la puerta y volver la vista atrás notó un grupo de figuras, andrajosas y desgarbadas, caminando hacia el centro del cementerio.
Caminó calle abajo y de pronto, salida de la niebla, su abuela, como la recordaba de niño, más joven y bien vestida, le preguntó "empezó la reunión?". Asintió con la cabeza sin entender y la vió alejarse, sonriendo, y entrar al cementerio por la puerta que creyó cerrada.
Volvió a su casa y durmió. Al amanecer recibió la noticia: su abuela había muerto la noche anterior.