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lunes, 30 de marzo de 2009

Error de una noche (IV) Final

Aún no llegaba a su casa cuando desde la puerta escuchó el teléfono. Corrió a atender: era Jorge, completamente fuera de si. Las primeras frases eran incomprensibles, hablaba demasiado rápido y a gritos. Cuando logró calmarlo y descifrar el mensaje, volvió a correr, olvidando en el apuro la puerta abierta.

El hospital quedaba cerca. La ciudad era enorme y aún así todo estaba junto a algo o en el camino de algún lugar conocido. Esa clase de reflexiones siempre inundaban su mente inquieta cuando una preocupación lo saturaba y necesitaba pensar en algo diferente. Pero al fin vio el hospital y bajó del taxi, tan apresurado como al salir de su casa.
Otra vez un viento silbó, rebotando entre paredes grises y blancas q nunca empalidecen o sonrojan por más pena o furia que hinche a quienes las construyen o habitan. El cachetazo del viento giró el rostro de Alberto hacia una dama de edad en la recepción, no diferente a cualquier otra.
Se acercó y preguntó por ella. Le negaron verla, hasta que la dama intercedió por él. Era su madre.
"No voy a preguntarte q relación tenés con ella" dijo la mujer de camino a la habitación; no había preguntado su nombre ni dicho el propio, solo lo guiaba, y algo en su mirada lo convencía de callar y escuchar; "ya sé que te preguntás por qué ella es así, si no no estarías acá, y si lo supieras o te irías o estarías habilitado a verla sin mi ayuda".
Entraron en una habitación blanca y de olor estéril, con una cama vacía y en la otra ella, vendada desde las muñecas hasta los codos, conectada a suero, ojerosa y pálida como una calavera.
Giró apenas el rostro: estaba debil por la sangre que perdió. "Sos un error" murmuró, "me harté de mis errores".
La madre lo apartó de ahí. "Hace tiempo que le pasa: tiene una relación rápida y la pierde. Su fantasma la persigue y le recuerda la primera noche que cometió el error". Alberto al fin habló: "Error?". "A los 16 años conoció a un chico que le fascinó y pasó la noche con él, y nunca lo volvió a ver. Pero quedó embarazada y tuvo que abortar. La pena que sintió... imaginás? un niño inocente... tener que pagar por un error que fué de su... la mujer que lo engendró, que no podía ser madre... la pena la enloqueció, y día a día, año a año... como un niño... CRECIÓ".
Vió las vendas de nuevo; volvió el rostro hacia el lado opuesto. Para ella él era otro error de una noche, esos que, cada vez que cometía, le traían de nuevo el recuerdo de su hijo. Quería ayudar, pero ella no recordaba ni su nombre.
Alberto volvió a casa. Encontró la puerta abierta y oyó algo dentro. Aterrorizado de que fuera un ladrón, buscó salir de nuevo, pero tras él surgió esa imágen: un adolescente lo veía fijo, estaba bañado en sangre y sus ojos desbordaban rabia. Supo quien era, aunque no había lógica de que él pudiera verlo. "Sos un error más, como yo!" gritó, y saltó sobre él. Alberto no supo como defenderse. No se molestó en intentarlo...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Un error de una noche (III)

Alberto se encontró con dos personas más: la primera era una maestra jardinera, vieja amiga de la mujer que lo intrigaba.
Primero preguntó si ella era casada; la noche que estuvieron juntos le pareció oirla hablando con alguien, luego echarse a llorar, y suponiendo que fuera casada y el marido la descubrió con otro, era comprensible que no se quedase a conocerlo, siendo la única otra opción partirle la cara al amante inconsiente.
Pero no lo era, ni siquiera tenía un novio, ni nunca tuvo uno desde que la conocía. Esto, sumado a lo que Jorge le habçia contado, parecían señalar a una sola conclusión: la mujer tenía alguna clase de delirio de que alguien la perseguía, alguien a quien solo ella veía, una creatura de su subsonciente. Pero algo no cerraba en toda la cuestión. Qué la traumatizó en forma tan profunda para hacer a un demonio perseguirla cada noche, cada día incluso, impidiéndole cualquier clase de relación con otra persona.
La maestra hacía meses que no veía a su otrora amiga. Continuó explicando que esto se debía a su internación en una clínica: había abusado sistemáticamente de psicofármacos legales que conseguía bajo falsas recetas.
Un día después, Alberto consiguió la dirección de uno de sus médicos; un par de billetes le ayudaron a salvar la distancia entre la confidencialidad de los pacientes y el archivo de la clínica. Un secreto que podría significar mucho pero solo empeoraba la situación: era atormentada por la imagen de un bebé que la perseguía gateando, con manos ensangrentadas.
Trató de imaginárselo. Un viento helado silbó entre los árboles, susurrando en su oído "mejor ni lo intentes", y obedeció, mientras se marchaba, abandonando migajas de esperanza por el camino.


martes, 17 de marzo de 2009

Error de una noche (II)

Caminaba por una calle céntrica, una de esas calles transitadas por miles de rostros sin nombre cada hora. Todo le era indiferente, y solo pensaba en llegar a casa y ver el futbol de algún otro país cuando de repente la vió de nuevo tras varios meses: estaba sentada, sola, en un café y sosteniendo un vaso de whisky frente al rostro. Permaneció unos minutos observando desde cierta distancia hasta el momento en que la mujer se levantó de repente, pagó la cuenta y se fué apresurada. Era normal esa escena cuando alguien que tiene una discusión en un bar... pero con alguien.
Aún recordaba donde vivía, pues de hecho un amigo vivía en el mismo edificio. El mismo amigo que en aquella ocasión le aconsejó no salir con ella. Quizás fuera un impulso irracional, habiendo pasado tanto tiempo, pero decidió ir a verlo.
-Cuando iba a salir con tu vecina de abajo -comenzó a decir Alberto- me advertiste que no era aconsejable, pero no me dijiste por que.
-Te dije que estaba loca -respondió Jorge.
-Ah, cierto, es verdad. Pero podrías ser más específico?
Un suspiro después le dió una explicación más detallada. Fué casi un año antes de que estuviera casado cuando Jorge comenzó a salir con ella, aunque no fuera a durar. La segunda noche que pasaron juntos ella se detuvo en pleno momento de pasión, viendo fijamente a un punto vacío de la habitación, con espanto marcado en la mirada, como si se le hubiera aparecido un fantasma. Gritó incoherencias llorando, hasta que recordó a Jorge ahí presente, y le pidió que se fuera. Jorge no lo pensó dos veces, ni mucho menos pidió explicaciones.
Alberto asintió y dió las gracias. Cuando bajaba las escaleras la vió, y ella lo vió de reojo, pero ninguno dijo nada.

Error de una noche (I)

Salió de la habitación, con la bata torpemente puesta sobre su desnudez, sin despertar al amante ocasional dentro. De pronto se sorprendió al verlo en el pasillo, al tanto de lo que acababa de ocurrir dentro de la habitación con ese hombre al cual apenas conocía, y sus ojos estaban clavados sobre su figura, bella a pesar de todo, esos profundos ojos negros que nunca podía ignorar.

- Otra vez? Acaso nunca aprendes?

Ella balbuceó, sin poder decidir lo que podría responderle, hasta que comenzó a sollozar.

-Qué vas a decirme? "Fué un error"? Fuí yo un error acaso... no lo fuí? No fué suficiente?

Retrocedió asustada, tropezó, cayó, volvió a intentar alejarse a rastras hasta chocar contra la pared. Cubrió su rostro con ambos brazos esperando un ataque, pero solo oyó pasos alejándose rápidamente y luego un portazo.
Con torpeza se puso de pié, secó sus lágrimas con el dorso de sus manos, temblorosas aún, y caminó hasta la cocina para comprobar que ya se había marchado. Buscó un vaso y la botella de vodka en la alacena; luego olvidó el vaso, o tal vez prefirió dejarlo limpio, y bebió directamente de la botella. Entre un sorbo y otro murmuraba insultos, cada vez mayores y en voz más alta.
Tardó unos minutos más en notar que su amante (Alberto? no recordaba ya su nombre) estaba en el umbral, viéndola con repulsión mientras salpicaba involuntariamente bebida a su alrededor. Preguntó con quién hablaba un momento atrás, pero ella evitó responder fingiendo que no le entendía; ruzaron un par de palabras más, hasta que pronto el hombre decidió vestirse y marcharse.