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jueves, 12 de noviembre de 2009

La playa (III)


El poder de los tritones estaba a punto de acabar con la vida de la dama de la noche cuando Lilisha oyó, dentro de su cabeza, un llamado de una voz imperceptible, llegado desde algún lugar más allá de la noche, del día o del mundo de los hombres.
"Eres la q fue y la q será, la primera y la última, la virtud y el vicio. Morir no puedes, pues nunca has nacido. Por eso eres y mi hija y mi madre".
La voz, con todo lo confusa q se oía, pareció despertar en ella una verdad, un sentimiento, una motivación. Pensó, meditó, dedujo cosas de absoluta vastedad en algo tan ínfimo como una milésima de segundo... y algo ocurrió.
Abrió los ojos de nuevo. Había fuego en su mirada, no solo recuperado sino aumentado, cambiado por otro distinto a cualquier cosa q hubiera hecho antes.
Abrió sus piernas, también en una forma diferente...
De su bajo vientre emergió un destello, una llama refulgente como varios soles. Creció alrededor y rapidamente tomó forma. Forma de seres extraños, del tamaño de mujeres, pero sin serlo, viéndose como feroces creaturas demoníacas. Tomaron por los brazos a los dos tritones; los apartaron de su ama primero y los destrozaron después, con garras, con dientes, con todo lo q se les ocurría.
Buscaron al tritón caído y se ensañaron con él. Luego, cuando fueron en busca del cuarto, quien pretenía escapar, Lilisha los detuvo. Sujetaban al ser acuático, con piel q al ver más de cerca parecía de delfín, diferente a los otros tres q eran una versión gigante de un renacuajo con manos; ella vió sus ojos enormes y negros, retiró la peluca q le servía de disfraz y le preguntó:
-Quien eres?
-Un mensajero. Me enviaron para ver q fueras retenidaç-Quien te envió?
-El guía de mi gente. Mi pueblo está próximo a ser exterminado si no le entregamos un sacrificio al ser del abismo. Debemos entregarle a una reina, una verdadera y poderosa reina, alguna de aquellas quienes amenacen su renacimiento.
Lilisha observó al tritón. Era un ser despreciable, débil y cuyo temor incitó a la irracional acción de querer someterla. En su renacida arrogancia no pensó q de no ser por algo de procedencia incierta lo habrían logrado, de no ser por la aparición de esos trozos de espíritus tomados de los hombres en sus bajos actos carnales: los lilim.
Lilisha habló de nuevo:
-Suéltenlo -dijo a sus siervas, y luego vió al tritón- pero tú, si reunes valor y vuelves con tu pueblo, dile a ese ser del abismo q venga a buscarme él mismo...
El tritón se marchó. Pero lo q Lilisha no sabía, era q de dar el mensaje ella es quien estaría en un tremendo peligro. La reina de los sucubos no sabía a quien se enfrentaba.

lunes, 9 de noviembre de 2009

La playa (II)


El atardecer marcaba la llegada de la madre noche, su protectora, su manto oscuro donde se sentía más cómoda q en el insípido día, donde el brillo dorado ocultaba las verdaderas emociones de los mortales. No deseaba luchar contra el día, de hecho había reglas q le impedirían tan siquiera intentarlo, pero no le era necesario.
Anaika, su amante mortal, aquella a quien amaba, ya se había marchado. Tenía ocupaciones en otra tierra, un puesto de líder q ocupar, y Lilisha no deseaba abandonar por el momento aquel fructífero terreno de caza. Después de todo, era un terreno donde los hombres la buscaban, o buscaban lo q ella representaba: un deseo irrefrenable, una fuente inacabable de belleza, una sensación de bienestar tan grande q no importa lo q ocurra después.
Desde el mar vió a cuatro hombres, de torso fornido, cabellos y brazos largos q la observaban mientras dejaban q la marea les subiera de la cintura. Le hicieron señas y gritaron suplicantes halagos hasta q ella se digno en acudir, en vez de simplemente esperarlos como hacía la mayoría de las ocaciones. Cuando estuvo junto a ellos notó algo, algo q andaba mal. Sus miradas eran extrañas, no expresaban el deseo de tenerla sino algo diferente, algo q no era lujuria. "Bien" pensó Lilisha, "ellos sabrán q se lo buscaron después de q intenten hacerme daño".
Uno de ellos la atacó, y su femenina mano detuvo el golpe y lo arrojó varios metros atrás en el agua. Otros dos, viéndola con detenimiento, se dispusieron a ambos lados; "te subestimamos" dijo uno, y notó algo q un segundo atrás no vió: la boca era más ancha y de labios menos definidos q los de un hombre normal, casi parecía un sapo con cabellera, si bien su torso fuera escultural. Sus piernas no salían a la luz, las mantenían bajo el agua.
Lilisha sonrió, confiada de su poder; ciertamente, en su delicado y sensual cuerpo yacía la fuerza de un hombre multiplicada por diez. Sin embargo, la sorpresa fué superior a su confianza: de un salto emergieron con sus cuerpos completos, volando por los aires mostrando, bajo lo q debían ser sus cinturas, poderosas colas de tiburón. Cayeron sobre ella con toda su furia ambos tritones, cerrándole la garganta con un par de zarpas diseñadas para cazar fieras bestias marinas.
Parecía haber llegado para Lilisha el momento del final. si bien era poderosa no era inmortal, como su madre, y sus habilidades mentales parecían no funcionar con esos seres marinos.
El mar la rodeaba, la noche no había oscurecido del todo, y nada había en su favor por ninguna parte.
Imaginó q debió decir alguna frase inteligente antes de un momento así, algo para ser recordada, pero ya era tarde.

La playa (I)


Llegaba el día. La mujer conocida entre los humanos como Luli, pero quien adoptó el nombre enaltecido de Lilisha, buscaba refugio entre las sombras tras otra noche de cacería.
Con el correr de los meses los poderes ocultos en su nueva identidad salieron a flote y le trajeron como resultado un cambio significativo: cada día su figura ya exhuberantemente atractiva para cualquier hombre, e incluso muchas mujeres, se había vuelto aún más bella, rozando la perfección irresistible soñada. Cada presa la volvía más bella y poderosa, sin haber hallado límite alguno aún.
Descansaba cerca de la playa cuando oyó a un grupo de hombres charlando pasar cerca. Se sentó, viendo hacia ellos casi distraídamente, sabiendo ciertamente lo q iba a ocurrir: los tres hombres, sin siquiera oir un sonido, vieron hacia ella y sin dudar caminaron en su dirección, callando sus voces hasta llegar a su lado.
Poco dijeron, poco les permitieron decir sus mentes y ojos deslumbrados por su imagen esplendorosa, y enseguida estuvieron sobre ella creyéndola su presa, sin saber q la diosa del instinto salvaje era quien los tenía cautivos.
Al despertar, los hombres no la encontraron. Partieron sin hacer más q sonreir, pero unos días después, en sus actividades, algo ocurría. La energía les faltaba, las ganas, la voluntad. Como si alguien les hubiera succionado la fuerza de vivir, dejándoles suficiente para respirar y andar.

Mientras tanto, en una playa, abiertamente a la luz de las estrellas, la reina de los sucubos reía en brazos de su bella amante, con el cuerpo lleno de la energía de mil hombres seducidos por la tentación de su piel.

viernes, 30 de octubre de 2009

Perdido (I)

El auto se había muerto, literalmente. Nadie se veía a la distancia, la poca distancia a la q sus ojos podían ver en esa noche tan oscura. Estaba lejos de su casa, en el estrecho paso entre una construcción a medio terminar y el viejo cementerio abandonado, una zona q le era desconocida de recorrer pero cuya reputación le hacía digna de desconfianza.
Decidió, al fin tras un rato de intentar en vano arrancar la vieja cafetera, marcharse y volver con una mecánico en horas de luz. La oscuridad empeoraba el aspecto del barrio.
De pronto, cruzando la calle unos diez metros por delante, vió una figura q le atrajo la mirada al instante, una muchacha de cabello enmarañado pero de vistosa complexión, y se apresuró a alcanzarla.
Pudo ver como cruzaba la otra calle, alejándose, como si no hubiera oído su grito.
Estaba tan entusiasmado por alcanzarla q no pudo notar un colectivo q se acercaba en su último recorrido del día.
Hubo un estrépito, y el chofer descendió asustado junto con dos pasajeros. Buscaron bajo el chasis, sobre la calle y la vereda, pero el hombre q se había cruzado por delante y a quien el chofer juraría haber golpeado de lleno no estaba por ninguna parte.
Antes de volver a subir, el chofer vió a una chica trepar la pared del viejo cementerio. Ella, sentada sobre la pared, volteó hacia él, le guiñó el ojo y saltó hacia el interior del camposanto. Le pareció ver q llevaba algo colgando de una mano, algo muy grande, pero no dió imporancia a esto y continuó. Tampoco a sus extrañamente grandes pies.
Estaba muy cansado.

martes, 6 de octubre de 2009

El contratado (III)

Algo comenzó a ocurrir, pero nadie se había molestado en darle detalles. La voz de la mujer del trono se oyó, pronunciando palabras en una lengua extraña, q no se trataba de inglés, porteugués, ni ninguna lengua oriental. Su voz hacía eco en las paredes de la sala, la cual, aún con los ojos vendados, podía sentir q había quedado a oscuras o tan solo alumbrada por velas.
Estaba preocupado. No solo por el aspecto de las mujeres presentes (le resultaban salidas de un cuento de brujas); también, justo antes de q le acabaran de cubrir los ojos, alcanzó a ver al otro hombre subir y sentarse en el centro de la mesa redonda.
Sintió frío. Viento, mejor dicho, aunque se hallasen en una habitación sin ventanas.
Sintió las voces, susurros nerviosos entre los presentes mientras la anfitriona recitaba.
De pronto la mesa tembló. La dama a cargo de el recitado elevaba la voz, y el viento se volvió evidente y luego una tormenta en medio de la habitación.
El recitado se detuvo repentinamente, al mismo tiempo q se oyó un grito espantoso, un rugido al cielo, acompañado de un golpeteo sobre la madera de grueso algarrobo, tan feroz q la sacudió severamente.
Alguien se puso de pié y le retiró de un rápido jalón el pañuelo q lo cubría. Vió alrededor y descubrió al hombre, dando un salto de la mesa al piso en busca de la mujer elegante, su anónima jefa, y supo exactamente lo q debía hacer, sin dudar tan siquiera un instante.
Saltó también; de un prodigioso movimiento se interpuso entre el sujeto y la víctima, y lanzó un golpe directo al rostro q...
Al momento de asestarle el puñetazo notó q el sujeto había cambiado. Su rostro parecía distinto. Además, quien lo hubiera visto antes no habría imaginado q soportaría el puñetazo de un profesional, sin embargo lo aguantó con indiferencia.
De un revés lo echó de espaldas, pero se alzó nuevamente al instante y, decidido, arremetió contra él con toda su furia y fuerza, incluso utilizando un par de armas japonesas q traía ocultas por recomendación de quien lo llamara.
Todo su entrenamiento en cuatro disciplinas diferentes le fué necesario los diez minutos q duró el combate, hasta q el sujeto cayó muerto.
Al fin, tras recuperar el aliento, encaró a la mujer elegante.
-A q se debió toda esa pelea? -preguntó
-Supongo q usted solo cree en esto -le dijo, extendiendo un sobre q al abrirlo descubrió una importante suma- no será importante la explicación de lo q pasó.
-Pude haber muerto
-Pudo, pero no.
-El tipo no era nadie agresivo
-Quizás le baste con saber -interrumpió la anfitriona, a quien su sierva nombrara Anaika- q este hombre ya no era el mismo q usted vió al momento de entrar, cosa q posiblemente haya notado.
El peleador tomó el dinero, pidió usar el baño para limpiarse la sangre, y luego se disponía a marcharse cuando la muchacha q lo acompañó a la puerta lo detuvo.
-El hombre q entró era un enfermo, de un cáncer terminal, moriría de todas formas; quien usted "mató"... ya estaba muerto desde mucho antes... la muerte lo separa del cuerpo, y no se puede golpear algo q no tiene cuerpo. Entiende usted eso?
-Acabo de matar a un fantasma?
La chica solo sonrió.
Sus pasos lo guiaron lejos de ahí, y se prometió a si mismo nunca más aceptar esa clase de trabajo anónimo.

El contratado (II)

La mismísima manera en q hubiera sido contactado era una advertencia de lo q podría llegar a ocurrir si contestaba.
Al llegar a su casa halló, deslizado bajo la puerta, un sobre del tipo madera, de los q años atrás dejaron de utilizarse, sin marca postal y cuyo único dato de remitente era un número de teléfono móvil. Al abrirlo y leer notó q provenía de una persona conocedora de su pasado como peleador, aunque anónima, quien lo invitaba a prestar sus servicios una única vez por un precio determinado
De cualquier modo contestó. Llevaba casi dos años en un empleo mediocre, desde q un impulso de agresividad, una décima de segundo de inconciencia, lo llevó a golpear al arbitro de una competencia de artes marciales, dejándolo fuera de las competencias oficiales al instante, y fuera de su empleo también al conocerse la noticia y su nombre. Llamó al número, y la mujer q le respondió sonaba preocupada, nerviosa, pero con la cabeza lo suficientemente clara para hablar; cerraron un trato y le pasó la dirección.
Ahora: se hallaba frente a la puerta de una casa tenebrosa, donde un sujeto acababa de insinuarle q debía de matarlo, y una sensación de electricidad estática no lo había abandonado desde q llegó, manteniendo cada vello de su espalda erizado como un gato ante una jauría hambrienta.
Estaba a punto de llamar cuando de pronto se oyó el rechinar de la puerta de madera.
-Estabamos esperándolo -dijo una chica, de aspecto dark, o gótico, o como se llamasen- adelante.

Lo guió hasta una habitación donde se encontraban reunidos una mujer elegante, de unos treinta años (casi seguro, aquella q lo contrató), el hombre q se cruzó en la entrada y, sentada en una silla con brazos y respaldo alto, casi como un trono, contra la pared, se encontraba quien pareciera por su presencia ser la anfitriona del lugar, la directora del evento o lo q fuera q estuviera ocurriendo. O por ocurrir.
-Sabemos q eres indisciplinado -le dijo- sin embargo eres el único q puede ayudarnos. Aunque, por seguridad, debemos mantenerte bajo ciertos términos...
La chica q le guiara al entrar lo acompañó hasta una mesa redonda donde le indicó el sitio donde sentarse, y luego, con delicadeza y corrección, tomó un pañuelo y le vendó los ojos mientras los demás se sentaban.

El contratado (I)


Caminó cobre las baldosas prolijas, viendo el contraste entre su perfecta colocación y sus superficies muy ajadas, contando sus pasos como suelen hacerlo quienes dudan acerca de desear o no llegar a su destino. Sin poder retrasarlo más vió ante él, como un gigante recortando un trozo de firmamento, ese monstruoso fruto de la arquitectura q se resistía al paso del tiempo, de las eras y de las modas.
El tétrico aspecto de casa embrujada lo detuvo en seco. Aún habiendo pasado por tremendas afrentas a lo largo de su vida, en su entrenamiento en las antiguas artes marciales de oriente y en el combate armado, la presencia de la casona no solo se imponía por sus detalles y por su sombra: parecía emanar de la casa misma una niebla propia, una esencia casi invisible pero q afectaba sus sentidos de una manera absoluta, casi dejándolo paralizado.
Un movimiento lo arrancó de su contemplación y le provocó un sobresalto. Se avergonzó de esa reacción al notar a un hombre, no mayor en edad o tamaño a él mismo si es q eso importaba, quien intentaba pasar por la puerta del jardín de esa misma casa cuyo paso impedía con su estado inmóvil.
-Lo lamento -dijo él, y dió paso al hombre-
-No hay porque -le respondió, y tras verlo de arriba a abajo con sus ojos húmedos, enfermizos y enrojecidos, agregó un comentario- creo q más tarde deberá usted matarme, y no va a lamentarlo...

jueves, 24 de septiembre de 2009

Los últimos

_ Permanecía de pie ante la calle sin vida. Se tentaba a sonreir por la satisfacción de tener en él el poder para afectar a los demás, aquellos rivales que en aquel preciso instante estaban intentando escaparse, pero una voz le decía que no lo lograrían. Les daba ventaja, contando internamente los segundos que pasaban antes de echar a correr tras ellos.
_ "Sé que soy más rápido, que voy a detenerlos" decía para si mismo. "Ellos me temen, huyen de mí porque tengo el poder y lo usaré" repetía como una plegaria; era lo que iba a hacer, y no había nada en este mundo que pudiera hacerle olvidar eso, ni los vientos llenos de horribles recuerdos, ni el mortuorio silencio de la ciudad, ni los cadáveres de seres más antiguos regados por todas partes.
_ Estaba ansioso. Su sangre fluía veloz, su corazón galopaba como un potro salvaje. A quienes no podía ver los olía, o a otros los sentía, oyendo sus latidos y su aliento o de cualquier forma podría saber como llegar y condenar a cual quisiera a sentir sus garras sobre su pescuezo, o sobre el mismo corazón, daba igual. Contó los últimos segundos, y se lanzó ferozmente a la cacería. No hacía caso de los cuerpos de los cuerpos putrefactos que pisaba a cada paso, o de los charcos de sangre y fluidos nauseabundos que le salpicaban. El territorio que debía abarcar era toda la ciudad, y quizás otro día buscaría otras ciudades donde quedaran aún seres humanos con vida, presas de carne tibia y dulce a quienes atrapar.
_ Vió a su presa más ansiada subiendo hacia la terraza de un edificio de diez pisos. Hubiera esperado decepcionarse con una lenta actuación, de las que harían la cacería más aburrida, indigna de un cazador de su nivel, pero esa veloz aparición vaticinaba un momento entretenido. No necesitaba de las escaleras, solo saltaba de un piso a otro sujetándose de las cornisas. Ya había practicado bastantes veces esa situación, y había varias presas capaces de corroborarlo, si es que aún pudieran hablar.
_ En el interior del edificio los que alguna vez fueron activos empleados ahora eran inertes adornos en descomposición, manjares para moscas y gusanos servidos sobre los escritorios, por los pasillos y hasta entre los retretes.
_ A ellos no les importaban esos seres que apenas formaron una leve parte de su pasado, tan muertos y descompuestos que ya ni de comida servirían para ellos. Solo la cacería importaba ya, el no ser alcanzado, el huir o esconderse, y para aquel que tenía el poder era encontrar y alcanzar el único pensamiento. Y así encontró y alcanzó a su presa, llegados a la terraza; apenas la víctima se notó descubierto huyó en dirección opuesta, hacia el borde del edificio. Un prodigioso salto lo puso en la cima del edificio vecino, separado por casi cinco metros. Un instante y estaría junto a él, pensó el cazador, pero vió asomar desde destrás de un gran aparato la pierna de otra posible víctima. Ella no podía verlo desde ahí; permanecía estática y esperando no ser vista; estaba en las peores condiciones posibles en ese momento, y aún no lo sabía. El pedante cazador no se molestó en disimular sus pasos para no ser oído. Se lanzó al ataque con el escándalo de un pelotón de caballería. Y cuando la víctima salió de su escondite lo izo por el lado incorrecto, y cayó precisamente en manos del hombre con el poder, en sus feroces zarpas. La sujetó del brazo, aunque tan solo le bastara un contacto de tres segundos para dar la cacería por terminada.
_ - Ya fuiste! -dijo el cazador, altanero, con el sabor de la gloria en la boca- Ya está, ya la atrapé! -gritó, para que todos los demás involucrados en la cacería supieran de su victoria.
_ Uno a uno salieron a la luz tenue del atardecer y aproximándose para ver la presa acabada, satisfechos de no haber sido ellos.
_ -Es mi turno -dijo la presa cazada.
_ -El poder es tuyo -dijo el cazador anterior y se alejó.
_ La cazadora comenzó a contar internamente. Mientras lo hacía veía desde el alto techo toda la ciudad, de luto, bañada por el rojizo atardecer que solamente reflejaba el rojo de la sangre que regaba el suelo de cada casa, de cada calle, la firma en tinta roja de la dolorosa muerte. No sabía por cual razón la plaga que hizo a toda la población estallar en vómitos de sangre, espontáneamente y a un mismo tiempo, no los afectó a ellos. No estaba segura de como los jóvenes inmunes comenzaron a jugar ese juego para pasar el tiempo, cualquiera que fuere que les restaba hasta que el hambre y el olor a putrefacción los acabara matando.
_ La cuenta terminó, y la chica echó a correr, dejando de lado todo lo demás.

viernes, 11 de septiembre de 2009

El ultimo tren (II)

El viaje en tren había sido extraño: casi nadie ocupaba los vagones, que nunca se habían sentido tan fríos, y suspuso que era la hora tan tardía la culpable de ambos hechos. No prestó más atención al muchacho que la guió al tren después de haber subido, ni a nada más salvo a la hora.
Llegó a la esquina donde se habían citado, pero no hayó a quienes buscaba. Sus amigas no estaban, ni le parecía verlas a la distancia por la avenida. Bufó, refunfuñó y tras unos minutos viendo en todas direcciones se dijo a si misma que ella no merecía estar en esa posición, no ella, una líder, una alma de la fiesta, no podía estar sola en una esquina desolada rogando por atención. Guardó el teléfono y avanzó a paso firme (habiendo roto el otro taco para emparejar los zapatos) hasta el boliche.
Entró sin problemas, sin siquiera que le revisaran el bolso. Le pareció raro q hubieran cambiado a la gente en la entrada, pero le restó inportancia y continuó.
Aquella noche conoció mucha gente nueva. Eran divertidos, simpáticos, con su propia personalidad, y vestían y se peinaban como se les antojaba, sin importar la moda. Tanta energía emanaban q Lili se sintiómoptivada a soltarse el pelo, alborotarlo y dejarse llevar por los ritmos retro q el DJ gustó de tocar aquella salvaje noche.
Acabó la noche y con ella la fiesta, como si el furioso brillo del amanecer desvaneciera las ganas y los cuerpos de los bailarines q en la obscuridad parecían incansables como nocturnos colibríes.
Mientras iba de camino de vuelta a casa, ese camino q nunca deseaba hacer, no por su casa sino porque singnificaba q acabó la diversión, notó no solo q ninguno de sus nuevos amigos le pidió el número de celular sino q ninguno parecía conocerla a pesar de q dijeron haber estado anteriormente en ese mismo sitio q ella frecuentaba.
Cuando llegó a la estación la niebla q cubrió de cortinados la noche anterior ya se había desvanecido junto con la alegría del sábado (el cual para ella acababa al nacer el sol del domingo) y podía ver claramente la avenida, extendiéndose hacia el horizonte, aunque no se encontrase tan vacía como en otras mañanas de domingo. Un par de policías se hallaban en su patrullero junto a un auto detenido, con una marca de choque al frente. Un accidente, pensó, y estaba a punto de pasar de largo cuando un rastro de culpa, preocupación o como quisiera q se llamase, llevó sus pasos a la patrulla y a su voz a la inquisitiva de si quizás no se tratara de alguna de sus amigas, aunque traicioneras o malvadas, seguían siendo sus amigas.
El policía no respondió. Ni tan siquiera la miró. Y con su compañero ocurrió lo mismo.
- Hola -dijo alguien detrás- te acordás de mí?
Lili volteó la mirada: era el mismo chico q la guió hasta el tren, el último tren.
- Sí, me mostraste el último tren de la noche ayer.
- No, Lili -dijo, con una sonrisa q de algún modo parecía tierna- no era el último tren de la noche. Simplemente era el último tren. El último.
Lili no comprendió. Se dió la vuelta, demasiado cansada para comprender a un demente q la perseguía o molestarse en discutir con un par de policías amargados. Pero aún no había llegado a la vereda cuando un auto, como cualquier otro, avanzó hacia ella sin bajar la velocidad. Solo pudo cubrirse con las manos, por acto reflejo, como si de una pequeña piedra tratase.
El auto pasó a través de ella.
- Ahora entendés?
Lili quedó atónita. El boliche de la noche anterior... por q no vió a sus amigas dentro? Por q la música era vieja y no conocía a nadie? Todo al fin tenía sentido.
- No se suponía q me tomara el tren de vuelta, verdad? -preguntó.
Una carcajada sonó en la avenida. Uno de los policías buscó con la mirada, pero no hayó de cual boca provenía.
Fue en el momento cuando la estaban

viernes, 4 de septiembre de 2009

El último tren (I)

Una delgada niebla bailaba por las calles, como finos lienzos blancos arrastrados por una fría brisa q no correspondía con aquel mes del año. Ignorando el bello espectáculo de la naturaleza en medio de la estéril ciudad, Lili, un nombre tan simple como su persona, apresuraba sus pasos, haciendo eco de sus tacones en la desierta calle de casas q siempre le resultaron anticuadas, grises como tumbas, de luces distantes q hacían parecer a su sombra una persona q giraba a su alrededor hacia adelante y hacia atrás, y siempre esto la ponía nerviosa. Pero esta vez su sombra estaba oculta tras la niebla y se habría sentido del todo relajada si no fuera por sus hábitos, sus apresuradas costumbres de socializar, de acudir a cualquier evento, de ser la primera. La primera pero no la única, la q guía y lidera al montón, la más reconocida por cuanto hombre y mujer apareciese, sin importar quien fuere.
Llegaba a la avenida, la ruidosa y luminosa, aquella q le resultaba una prueba de q el tiempo seguía pasando y avanzando como los autos modernos q la recorrían, aquella avenida donde las luces hacían q su sombra se perdiera sobre las frías y ajadas baldosas.
El tiempo era una preocupación, debía acudir a la hora de la cita, quizás con cinco o diez minutos de retraso para q la vieran llegar pomposamente, pero serían muchos más de no apresurarse. El semáforo estaba en su contra pero no le importó; no logró ver ningún vehículo llegar. De tanto intentar apresurar los pasos de sus largas y delgadas piernas un tacón se rompió y cayó de cara sobre el duro asfalto de la avenida. De pronto, emergiendo entre la niebla, vió dos difuminados resplandores como enormes ojos blancos avanzando hacia ella a toda velocidad. Se levantó de un salto, descartando el taco en pos de su salud, y tras ella pudo oír el chillido de llantas buscando detenerse de repente.
Vió sobre su hombre a un hombre saliendo del auto, buscándola con la mirada desconcertada entre la niebla. Le dedicó un insulto en voz alta, "ciego" y algo más, y se marchó sin interesarse en oir lo q intentara decir.
Llegó hasta la estación de trenes. Vió la hora en el reloj en lo alto de la torre, y le pareció menos antiguo aunque solo prestó atención a las agujas: el último tren ya había pasado y no podría llegar, haciéndola merecedora de las quejas, si no es q hasta el repudio de quienes se hacían llamar sus amigos.
-Hey -la llamó alguien; alzó la mirada y vió caminando a un muchacho delgado, vestido por completo de negro- este tren ya terminó. Tenés q ir por el otro andén.
Lili siguió al muchacho; nunca había visto el otro andén, pero en verdad era q siempre estaba tan apresurada q sería algo normal para ella pasar algo como eso por alto.

viernes, 7 de agosto de 2009

Conejito blanco, reina roja

Era una tarde casi cualquiera. El sujeto había perseguido a la chica desde q la conoció en aquel boliche. En aquella fiesta donde ella, una promotora de carreras, le había hecho el favor de darle su sexo desenfrenado, todo el placer q podría sentir un hombre en su vida, en tan solo unos minutos.


Él no se había resignado cuando la vió alejarse en una moto a gran velocidad. Con su traje blanco y su apuro por llegar a otra fiesta lo había dejado con ganas de más, y no la perdería.
Viajó cientos de kilómetros. Solo se detuvo una vez para dormir y otra, inesperada, para ayudar a una chica q había sido atacada en su casa, en el camino a un lado del bosque.
Al fín la encontró: una fiesta privada en una casa quinta, en un sitio alejado, un lujoso y cerrado sitio alejado de todo hombre.
Dejó su moto en el camino. Intentó entrar por las buenas, y no le permitieron hablar siquiera con la chica. A escondidas entró por detrás, saltando una alta pared y callendo de repente. Aunque costó, llegó a ella, pero ya lo había olvidado; no recordaba su nombre ni quien era, y dió la alarma en cuanto pudo.
Una docena de mujeres aparecieron, todas tan hermosas como la chica de blanco q el muchacho persiguió por tanto tiempo, y tras ellas, un tanto mayor pero igualmente una hermosa mujer, llegó abriendo paso entre todas con su sola presencia aquella q portaba una corona y un cetro de mando.
Lo observó, con escrutante mirada. Los guardias acudieron y aguardaron junto a ella, en silencio.

"Córtensela" dijo, y los guardias asintieron y se lo llevaron arrastras.

Chica de rojo (II)

Carolina seguía viaje cuando halló al muchacho del bar q no la quiso ver. Estaba detenido viendo hacia el bosque, hacia la nada de civilización q rodeaba aquella zona olvidada por el avance del progreso.
-Necesitas q te lleve?
-No, gracias
-Q´haces ahí?
-Venía siguiendo a alguien, creo q se metió en moto por acá.
Carolina lo ignoró. Nadie podría haberse metido por ese bosque en moto.
Siguió camino hasta la casa de la abuela. Era de día aún, pero se suponía q debía llegar de mañana; al acercarse a la puerta vio un papel q decía "la puerta está abierta, tu abuela está durmiendo. Puedes comer la carne en la heladera".
Carolina supo q era un mensaje de la anterior enfermera. Nadie se quedaba ahí mucho tiempo, y hasta q consiguieran otra para cuidar a la vieja podría pasar un tiempo.
Comió bastante, la carne era tierna como de cerdo, pero amarga como de pavo. Bien sazonada quedaba deliciosa. Había demasiada carne en el freezer, como si hubieran metido ahí al animal completo.
Subió la escalera con la bolsa de medicamentos q le dieron. La casa era grande pero de estilo anticuado, y silenciosa. La vieja no hacía ruido. Al entrar en la habitación se acercó a la cama y trató de llamarla; no reaccionó.
Insistió, y luego abrió las mantas: quien estaba ahí no era su abuela sino el tipo europeo del bar, y estaba desnudo y cubierto de sangre.
Asustada quiso huir, pero sin darse cuenta entró en el baño. En la bañera, llena de sangre, flotaba la cabeza de la anciana, y su cuerpo, desmembrado, habría ido a parar a...
Intentó salir. El sujeto le había cerrado el paso. Tras él se veía la ventana, y fuera el cielo oscureciendo. Tras ella, otra ventana mostraba la luna saliendo. Una enorme y redonda luna llena...
La ropa de Carolina fué despedazada. El sujeto se veía más grande, velludo, sus dientes crecían y sus manos se volvían garras. Sintió un pánico inimaginable y gritó con toda su fuerza, pero cuando parecía q iba a perder la vida el mostruo la tomó firmemente, le dió la vuelta, y penetró en ella salvajemente mientras la sujetaba con garras frías y filosas como el acero, echando su bestial peso sobre su delicado cuerpo juvenil.
Igual dolor, distinto fin.
Despertó mucho después, herida y débil. Dificilmente llegó a las escaleras y rodó por ellas. La casa había sido saqueada, nada de valor quedaba ahí, ni el dinero de Carolina, solo efectos personales de la anciana y el auto.
A la mente le vino una canción q no recordaba haber escuchado; quizás lo hubiera hecho en sueños...
Ando en moto,
me como a la abuela
saqueo la casa
y prendo una vela.
Soy poderoso
en la luna llena,
espero un poco
y tomo a la nena!

Chica de rojo (I)

Su nombre era Carolina. Para ella, toda la vida en la ciudad se reducía a sexo, droga y alcohol, una corta vida llena de excesos y exitación. No pasaba un día sin q su corazón latiera a 140 pulsos por minuto. El dinero que manejaba era tan pecaminoso como los vicios en que lo gastaba.
Sus padres, ambos criados a la antigua, eran católicos conservadores, moralmente cerrados a lo q los siglos trajeron a la sociedad, tanto lo bueno como lo malo.
Una tarde, sus padres descubrieron entre sus cosas un vestido elastizado, un catsuit de color rojo vivo. Ya hubiera sido bastante enojo encontrarlo para, además, verlo de rojo: el color ícono de las prostitutas.
De haber sabido lo q pretendía al usarlo la hubieran matado en lugar de castigarla.
Sin pensarlo dos veces enviaron a Carolina a casa de su abuela; la anciana necesitaba alguien q la cuidara hasta q una nueva enfermera acudiera hasta su casa, un pueblo apartado, lejos de la civilización, los boliches, el ruido urbano y la depravación cosmopolita.
Carolina se detuvo frente a un bar a un lado de la ruta. Se suponía q no debía apartarse del camino ni detenerse, pero era su costumbre desobedecer reglas. Era un bar donde rudos camioneros y motoqueros fuera de la ley se detenían a beber hasta desmayarse, lo cual le hizo pensar lo q podría conseguir ahí. Su hambre de hombres la hizo ponerse de nuevo su pecaminoso atuendo ajustado, el mismo q su madre creyó haber echado al fuego.
Entró con un sobretodo, charló con el dueño, y tras beber un trago gratis se subió a una mesa. Con la atención de los presentes se quitó el sobretodo y comenzó a contonearse. Gritos desaforados la rodearon, babosos hombres se le insinuaron al ver sus adolescentes formas bullentes de potencial sexual. Tras unos minutos hizo su siguiente movida: "Quieren ver más? cuanto vale esto para ustedes?".
El cantinero pasó una vieja gorra, y al cabo de una pasada había recaudado más q en todo el resto del día. Un solo hombre, un muchacho q estaba de paso, no puso más q el valor de su trago y se marchó, siguiendo una búsqueda.
Carolina abrió el frente del provocador catsuit, mostrando piel, en apretado espacio entre sus pechos, y el público enloqueció. Desabrochó una pierna, luego otra, y sus muslos quedaron descubiertos. Más dinero llovía y desbordaba de la gorra q el cantinero debió vaciar en la caja y volver a llenar.
Acabó sobre una mesa, con tan solo una tanga. Tomó su sobretodo y pasó hasta detrás de la barra entre aplausos, silbidos y gritos. Se volvió a vestir y estaba juntando el dinero q había pactado con el cantinero cuando un sujeto corpulento de acento europeo le hizo una proposición q al principio, no por no desearlo, rechazó; pronto vió salir del bolsillo un gordo fajo de billetes extranjeros, más valiosos q los propios, y cedió con gusto.
Pasó el tiempo. Carolina despertó en la cama del cantinero q había usado una hora para conseguirse un sueldo q su padre soñaría con obtener en tres meses.
Al salir el cantinero, dándole al fin una cuantiosa suma, le dijo: -espero q no seas de las q hablan después de hacerlo.
-Por q? -preguntó Carolina
-Estos tipos q encontrás en las rutas son peligrosos. Nunca sabes de donde vienen, o lo q son capaces de hacer. Aunque... creo q ya sabes lo q puede hacer este -agregó, riendo con picardía.
Carolina se marchó en su auto, temerosa. Recordó q le había contado al sujeto sobre su viaje y sui abuela. Esperó, temerosa, q eso no implicara nada.

sábado, 1 de agosto de 2009

Las cavernas (III)

El profesor Z analizó la primer parte de la grabación tres veces. El resto de la grabación, cuando se suponía que Hiarana caía al agua, se había estropeado, quizás por la misma presión del que destruyó la cámara.
Algo estaba oculto entre las estalagmitas de esa caverna, sin embargo Hiarana no podía recordarlo. De hecho, lo que recordaba no se lo había dicho: prefirió callar, tomar sus cosas e irse a su casa, con sus oscuras y protectoras hermanas; no podía culparla por ello, después de todo, con la situación que tuvieron.
El dejo de sensibilidad del profesor indicaba que aún había rastros humanos en él...
De un día para el otro organizó la expedición. Descendió él mismo hasta la caverna, en un batíscafo que casi se destruye en el acto por el accidentado trayecto. Tres hombres lo acompañaban, un biólogo, un geólogo y un marinero con experiencia en buceo y combate.
Recorrieron la caverna por al menos una hora, tomando muestras de minerales y fotos, buscando a cada centímetro rastros de algún ser en ese sitio, hasta hallar la cavidad que conducía hacia abajo. Arriesgándose a perder conexión de radio con la embarcación descendieron, por el obscuro túnel, tan pequeño que solo les permitía atravesarlo a gatas. No habían pasado más de unos minutos cuando el profesor, al frente, detuvo la marcha de toda la fila al quedarse inmóvil ante una aparente salida.
El marino, impaciente, lo forzó a avanzar de un empujón, y al salir tras de él notó la razón de su inmovilidad: ante ellos, abovedada y esférica como una catedral, se alzaba una caverna de paredes y techo cuya regularidad resultaba imposible de forma natural. Salieron hacia ella, olvidando sus instrumentos en pos de sus propios ojos atónitos y maravillados. A un lado de las paredes, el más alejado de la entrada por la q llegaron, unas marcas extrañas llamaron su atención, y al verlas de cerca descubrieron que se trataban de la prueba de que, en efecto, la caverna no era del todo naturla, que había sido modificada por algún tipo de ser consiente: las marcas eran de una antigua escritura cuneiforme.
Del otro lado de la bóveda se alzaba una boca de piedra, una entrada mucho mayor, quizás comunicante a otra caverna, pero siempre con pendiente hacia abajo. Antes de que el intrépido marino o el curioso geólogo pudieran atreverse a asomar sus miradas algo los forzó a detenerse.
Un rugido, un feroz y gutural sonido inhumano, sonó desde el fondo del gran túnel. Un ligero temblor se sintió bajo sus pies, como el avance de una tropilla de caballos, y cuando notaron que comenzaba a umentar su intensidad un segundo rugido, y el eco hizo estremecer hasta la última fibra de cada expedicionario.
No dudaron en darse la vuelta. Marino, geólogo y biólogo tomaron el camino de regreso, gateando sobre rocas filosas como vidrios sin pensar en deshacerse las rodillas, movidos por un temor de muerte, de algo desconocido que yacía donde ningún ser humano hubiera pisado antes.
Entraron al batíscafo con desesperación, y un relámpago de lucides hizo a uno de ellos pensar en que uno de quienes entró no había salido. Esperaron casi un minuto, que les pareció una eternidad, pero el profesor Z no se hizo presente.
Ya en la superficie, tomaron rumbo al primer puerto, y no volvieron a verse unos a otros nunca más, ni a intentar encontrar de nuevo la caverna.
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sábado, 18 de julio de 2009

Las cavernas (II)

Las puertas se abrieron de par en par, y el viento q casi las echa abajo entró con ella por el pasillo alfombrado que no callaba el sonido taconeante de los pasos. Las puertas se cerraron de golpe, igual que al abrirse. Como hormigas, las hermanas menores acudieron ante la llegada de su mayor, buscando asistirla, pero ella, ya preparada para su cometido, cerraba sus ojos sin cerrar los párpados para abrir los ojos, esos que miran desde lo profundo hacia lo más elevado.
Anaika encendió las velas y se ubicó en su círculo. Su mente, su alma, desapareció del lugar. Sus hermanas protegerían su envoltura de carne, pero ella solo podía pensar en una cosa: la hermana Hiarana había desaparecido.
"Hiarana, quien está llena de la sombra del mar, es Anaika quien te busca. Hiarana, estés donde estés, que tus ojos sean mis ojos y tu carne mi carne".
Los ojos de Hiarana se abrieron lentamente. Era dificil respirar, y las sombras eran confusas. Pasada la confusión del despertar vió alrededor: una cueva, una pequeña bóveda semiesférica, cubierta de un extraño líquen fosforescente q teñía de un tenue verde la oscuridad. Pero aquella caverna, ese sitio donde estaban, no era aquel donde recordaba haber estado. El aire encapsulado, como en una copa puesta boca abajo en el agua, estaba enrarecido pero respirable, y la conexión con el mar estaba en un rincón, verticalmente hacia abajo y del tamaño de una persona, como si hubiera sido creada intencionalmente.
De pronto notó, en las sombras, sobre la roca, algo que se movía lentamente. Lo que fuere, estaba observándola. Un miedo la inmovilizó, casi echándola hacia atrás, pero cuando quiso retroceder Hiarana notó que algo la hacía avanzar hacia lo desconocido. Anaika, olvidando por un momento el estado de su hermana, se dejó llevar por la curiosidad.
Una creatura antropomorfa pero sin cabello ni labios, con la piel lisa de un claro azúl grisáceo (como un delfín, pensó), cuya parte inferior culminaba en aletas y con membranas bajo los brazos, eso era lo que se hallaba frente a ellas. Miles de años de evolución, como dijo el profesor Z, había bajo el mar más que sobre la tierra. "Si esto se parece a un delfín, un humano se parece a un mono" dijo Hiarana, notando al fin a su hermana; un pensamiento sollozante pidió ayuda, una salida, algo...
Volvió el temor a reinar. Retrocedió, ante la mirada inexpresiva, y un tercer pensamiento irrumpió en el silencio.
"No temas. Estabas en peligro, de algo diferente a mí. Solo como peces, no te haré daño, creatura de la tierra".
Algo diferente? Acaso había algo más? Pensó, como experta en el mar y en lo que los humanos saben de él, que delfines y ballenas fueron creturas terrestres que se adaptaron al mar, pero... acaso sería posible...?
Un temblor fuera llamó la atención de ambas. La creatura, visiblemente alarmada, sujetó la mano de Hiarana con su mano palmeada de cuatro dedos (tenía pulgares, pero no era momento para notarlo) y la sacó de ahí. Salieron disparadas hacia arriba, a través de aguas inmaculadas de la mano del hombre y de la luz solar, buscando la luz, buscando alejarse. Algo se movía, algo veloz y pesado, y las perseguía. Hiarana, desesperada, no sabía q hacer o decir... pero Anaika, fría y feroz como líder que era, tomó las riendas de sus actos: la forzó a cerrar su respiración, con una mano sujetó el tubo q la conectaba al oxígeno, lo arrancó y soltó un chorro q las propulsó hacia arriba. Hubiera jurado que tras el estallido de burbujas oyó el chasquido de dos grandes mandíbulas entre si... pero pudo ser un error, una sensación alucinada entre los nervios del momento...
La extraña creatura, diferente pero similar a la sirena q el hombre cuenta en cuentos, la soltó. Anaika, cansada del esfuerzo mental, se desprendió de ella involuntariamente.
Dos horas después, el barco la halló contra la costa, exhausta. El dr Z se veía aliviado, fuera de su frialdad, tan preocupado por la muchacha q casi olvida revisar si traía consigo la segunda cámara q le había entregado...

lunes, 11 de mayo de 2009

Las cavernas

Era una tarde de invierno cuando él llegó con la propuesta. Su primera reacción fué de sorpresa: "eres biólogo? creí q eras físico", a lo q él contestó "yo creía q te la pasabas conjurando hechizos hasta q me dijeron q sabías nadar". El proyecto de investigación del profesor Z era tan ambicioso q el patrocinio solo se encargaría de una cuarta parte de los gastos, pero a él parecía no importarle el dinero.
Tras conversaciones largas q duraron hasta la madrugada detallaron planes y trazaron itinerarios. El profesor Z conformaría su equipo con un técnico de comunicaciones y un biólogo a bordo con ellos, un geólogo en comunicación desde tierra, Hiarana como buzo y el piloto de la embarcación q ella le consiguió.
Partieron hacia costas europeas, ascendiendo por la costa hacia el norte donde los acantilados y formaciones rocosas tornaron al alegre capitán de fin de semana en un duro y gruñón marinero.
Al fin, llegando a Noruega, encontraron el lugar q tanto esperaron ver.
Millones de años atrás, antes de q existiera atmósfera para proteger a los organismos de las despiadadas radiaciones solares, la vida solo era posible en las profundidades del mar. En esos sitios q exploraron durante meses, todas las cavernas submarinas q el sonar pudiera detectar, buscaron cualquier ser q pudiera haber evolucionado lejos de la vista del señor del día.
Fuera aquella seguramente la caverna más extensa de todas las q hubieran visto y quizás la más grande y hermosa de todas. Apenas al entrar Hiarana se desdijo de todas las objeciones hechas al saber la profundidad a la q debía de sumergirse para llegar a ella, pues la imagen era tan bella y abrumadora, con el techo abovedado plagado de estalactitas de colores dorados y rojizos, y un ambiente donde se olvidaba del frío nórdico. La camara ubicada sobre su cabeza permitía q el profesor y sus compañeros pudieran ver aquella maravilla de la naturaleza.
Todos se preguntaban si podría en esta caverna, con aire retenido dentro, haber algo más. En el viaje se habían maravillado de organismos sin ojos, portando aletas con huesos, seres semianfibios extraños para la zoología actual, pero como niños en una juguetería nunca se cansaban de sorprenderse. Sin embargo, lo q el profesor Z esperaba encontrar superaba cualquier razonamiento. Su compañero biólogo lo apartó, precisamente para hablarle de esa cuestión.
- No creerás en serio poder encontrar eso. Verdad?
- En algún lugar lo hallaremos -dijo el profesor Z- llevan decenas de miles de años más de evolución q los humanos. Te imaginas a q nivel podrían haber llegado?
De pronto un grito en el comunicador los alertó. Corrieron a hablar con Hiarana, pero no respondía. La imagen la mostraba huyendo de nuevo hacia la entrada, tropezando con estalagmitas sin detenerse, en una carrera desesperada. Sin detenerse a pensar se arrojó al agua otra vez.
Sin mediar ningún hecho, la cámara perdió la imagen y se desconectó.

viernes, 24 de abril de 2009

Huida


Buscaba desesperadamente una salida. Sus piernas ardían y dolían ya de correr, y su respiración se había acelerado al límite sin darle un resultado merecido. Se detuvo ocultándose en un umbral, de espaldas a una alta reja. Vió hacia atrás, pero antes de lograr disringuir nada en la niebla oyó de nuevo las voces de quienes le perseguían. Presa del pánico saltó la reja y se echó al suelo, rezandole a dioses en quienes jamás creyó por algo que no sabía si era posible. Cerró los ojos y hasta contuvo el aliento.
De pronto algo golpeó las altas y negras rejas que constituían la puerta. Se levantó y echó a correr, y al volver la vista atrás notó que sus perseguidores no intentaron buscarlo, solo dieron la vuelta y se marcharon.
Menguó la marcha, y sonrió un instante hasta que alzó la vista alrededor y notó en donde había entrado: el viejo cementerio. Trastabiyó al intentar retroceder y cayó sentado sobre una lápida. Una figura dejó caer la sombra que proyectaba la luna llena sobre él.
Una voz le preguntó "estás muerto?". "No", respondió balbuceando. "Entonces largo de aquí".
No distinguió el rostro pero supuso que sería un sereno. Al cruzar la puerta y volver la vista atrás notó un grupo de figuras, andrajosas y desgarbadas, caminando hacia el centro del cementerio.
Caminó calle abajo y de pronto, salida de la niebla, su abuela, como la recordaba de niño, más joven y bien vestida, le preguntó "empezó la reunión?". Asintió con la cabeza sin entender y la vió alejarse, sonriendo, y entrar al cementerio por la puerta que creyó cerrada.
Volvió a su casa y durmió. Al amanecer recibió la noticia: su abuela había muerto la noche anterior.

lunes, 30 de marzo de 2009

Error de una noche (IV) Final

Aún no llegaba a su casa cuando desde la puerta escuchó el teléfono. Corrió a atender: era Jorge, completamente fuera de si. Las primeras frases eran incomprensibles, hablaba demasiado rápido y a gritos. Cuando logró calmarlo y descifrar el mensaje, volvió a correr, olvidando en el apuro la puerta abierta.

El hospital quedaba cerca. La ciudad era enorme y aún así todo estaba junto a algo o en el camino de algún lugar conocido. Esa clase de reflexiones siempre inundaban su mente inquieta cuando una preocupación lo saturaba y necesitaba pensar en algo diferente. Pero al fin vio el hospital y bajó del taxi, tan apresurado como al salir de su casa.
Otra vez un viento silbó, rebotando entre paredes grises y blancas q nunca empalidecen o sonrojan por más pena o furia que hinche a quienes las construyen o habitan. El cachetazo del viento giró el rostro de Alberto hacia una dama de edad en la recepción, no diferente a cualquier otra.
Se acercó y preguntó por ella. Le negaron verla, hasta que la dama intercedió por él. Era su madre.
"No voy a preguntarte q relación tenés con ella" dijo la mujer de camino a la habitación; no había preguntado su nombre ni dicho el propio, solo lo guiaba, y algo en su mirada lo convencía de callar y escuchar; "ya sé que te preguntás por qué ella es así, si no no estarías acá, y si lo supieras o te irías o estarías habilitado a verla sin mi ayuda".
Entraron en una habitación blanca y de olor estéril, con una cama vacía y en la otra ella, vendada desde las muñecas hasta los codos, conectada a suero, ojerosa y pálida como una calavera.
Giró apenas el rostro: estaba debil por la sangre que perdió. "Sos un error" murmuró, "me harté de mis errores".
La madre lo apartó de ahí. "Hace tiempo que le pasa: tiene una relación rápida y la pierde. Su fantasma la persigue y le recuerda la primera noche que cometió el error". Alberto al fin habló: "Error?". "A los 16 años conoció a un chico que le fascinó y pasó la noche con él, y nunca lo volvió a ver. Pero quedó embarazada y tuvo que abortar. La pena que sintió... imaginás? un niño inocente... tener que pagar por un error que fué de su... la mujer que lo engendró, que no podía ser madre... la pena la enloqueció, y día a día, año a año... como un niño... CRECIÓ".
Vió las vendas de nuevo; volvió el rostro hacia el lado opuesto. Para ella él era otro error de una noche, esos que, cada vez que cometía, le traían de nuevo el recuerdo de su hijo. Quería ayudar, pero ella no recordaba ni su nombre.
Alberto volvió a casa. Encontró la puerta abierta y oyó algo dentro. Aterrorizado de que fuera un ladrón, buscó salir de nuevo, pero tras él surgió esa imágen: un adolescente lo veía fijo, estaba bañado en sangre y sus ojos desbordaban rabia. Supo quien era, aunque no había lógica de que él pudiera verlo. "Sos un error más, como yo!" gritó, y saltó sobre él. Alberto no supo como defenderse. No se molestó en intentarlo...

miércoles, 18 de marzo de 2009

Un error de una noche (III)

Alberto se encontró con dos personas más: la primera era una maestra jardinera, vieja amiga de la mujer que lo intrigaba.
Primero preguntó si ella era casada; la noche que estuvieron juntos le pareció oirla hablando con alguien, luego echarse a llorar, y suponiendo que fuera casada y el marido la descubrió con otro, era comprensible que no se quedase a conocerlo, siendo la única otra opción partirle la cara al amante inconsiente.
Pero no lo era, ni siquiera tenía un novio, ni nunca tuvo uno desde que la conocía. Esto, sumado a lo que Jorge le habçia contado, parecían señalar a una sola conclusión: la mujer tenía alguna clase de delirio de que alguien la perseguía, alguien a quien solo ella veía, una creatura de su subsonciente. Pero algo no cerraba en toda la cuestión. Qué la traumatizó en forma tan profunda para hacer a un demonio perseguirla cada noche, cada día incluso, impidiéndole cualquier clase de relación con otra persona.
La maestra hacía meses que no veía a su otrora amiga. Continuó explicando que esto se debía a su internación en una clínica: había abusado sistemáticamente de psicofármacos legales que conseguía bajo falsas recetas.
Un día después, Alberto consiguió la dirección de uno de sus médicos; un par de billetes le ayudaron a salvar la distancia entre la confidencialidad de los pacientes y el archivo de la clínica. Un secreto que podría significar mucho pero solo empeoraba la situación: era atormentada por la imagen de un bebé que la perseguía gateando, con manos ensangrentadas.
Trató de imaginárselo. Un viento helado silbó entre los árboles, susurrando en su oído "mejor ni lo intentes", y obedeció, mientras se marchaba, abandonando migajas de esperanza por el camino.


martes, 17 de marzo de 2009

Error de una noche (II)

Caminaba por una calle céntrica, una de esas calles transitadas por miles de rostros sin nombre cada hora. Todo le era indiferente, y solo pensaba en llegar a casa y ver el futbol de algún otro país cuando de repente la vió de nuevo tras varios meses: estaba sentada, sola, en un café y sosteniendo un vaso de whisky frente al rostro. Permaneció unos minutos observando desde cierta distancia hasta el momento en que la mujer se levantó de repente, pagó la cuenta y se fué apresurada. Era normal esa escena cuando alguien que tiene una discusión en un bar... pero con alguien.
Aún recordaba donde vivía, pues de hecho un amigo vivía en el mismo edificio. El mismo amigo que en aquella ocasión le aconsejó no salir con ella. Quizás fuera un impulso irracional, habiendo pasado tanto tiempo, pero decidió ir a verlo.
-Cuando iba a salir con tu vecina de abajo -comenzó a decir Alberto- me advertiste que no era aconsejable, pero no me dijiste por que.
-Te dije que estaba loca -respondió Jorge.
-Ah, cierto, es verdad. Pero podrías ser más específico?
Un suspiro después le dió una explicación más detallada. Fué casi un año antes de que estuviera casado cuando Jorge comenzó a salir con ella, aunque no fuera a durar. La segunda noche que pasaron juntos ella se detuvo en pleno momento de pasión, viendo fijamente a un punto vacío de la habitación, con espanto marcado en la mirada, como si se le hubiera aparecido un fantasma. Gritó incoherencias llorando, hasta que recordó a Jorge ahí presente, y le pidió que se fuera. Jorge no lo pensó dos veces, ni mucho menos pidió explicaciones.
Alberto asintió y dió las gracias. Cuando bajaba las escaleras la vió, y ella lo vió de reojo, pero ninguno dijo nada.

Error de una noche (I)

Salió de la habitación, con la bata torpemente puesta sobre su desnudez, sin despertar al amante ocasional dentro. De pronto se sorprendió al verlo en el pasillo, al tanto de lo que acababa de ocurrir dentro de la habitación con ese hombre al cual apenas conocía, y sus ojos estaban clavados sobre su figura, bella a pesar de todo, esos profundos ojos negros que nunca podía ignorar.

- Otra vez? Acaso nunca aprendes?

Ella balbuceó, sin poder decidir lo que podría responderle, hasta que comenzó a sollozar.

-Qué vas a decirme? "Fué un error"? Fuí yo un error acaso... no lo fuí? No fué suficiente?

Retrocedió asustada, tropezó, cayó, volvió a intentar alejarse a rastras hasta chocar contra la pared. Cubrió su rostro con ambos brazos esperando un ataque, pero solo oyó pasos alejándose rápidamente y luego un portazo.
Con torpeza se puso de pié, secó sus lágrimas con el dorso de sus manos, temblorosas aún, y caminó hasta la cocina para comprobar que ya se había marchado. Buscó un vaso y la botella de vodka en la alacena; luego olvidó el vaso, o tal vez prefirió dejarlo limpio, y bebió directamente de la botella. Entre un sorbo y otro murmuraba insultos, cada vez mayores y en voz más alta.
Tardó unos minutos más en notar que su amante (Alberto? no recordaba ya su nombre) estaba en el umbral, viéndola con repulsión mientras salpicaba involuntariamente bebida a su alrededor. Preguntó con quién hablaba un momento atrás, pero ella evitó responder fingiendo que no le entendía; ruzaron un par de palabras más, hasta que pronto el hombre decidió vestirse y marcharse.

lunes, 9 de febrero de 2009

Mos amadas muertas (III)

La noche hizo un instante de silencio. Ambos caballeros se reconocieron aún a pesar de vestir cuerpos completamente diferentes a aquellos que tuvieran en el pasado. Zerstror y Volksil, tan hermanos dos siglos atrás, y, al encontrarse de nuevo, uno humano y otro vampiro.
Comenzaron a charlar: Volksil lo invitó a su mesa y ordenó unos tragos. La muchacha, casi ignorada, bebía y escuchaba con atención mientras la atendían las siervas no-muertas. Pasaron unos minutos de risas (la de Zerstror era muy leve, la de su amigo una carcajada) y de a poco la charla se volvía de un sentido, como si uno de los dos no quisiera opinar sobre lo que el otro contaba...
De pronto hubo un gran barullo en el salón bajo ellos.
Todos corrieron sin esperar una advertencia. Lo que fuera una pista de baile era ahora era un cementerio, un lago de sangre plagado de cadáveres. Hubo un llamado desesperado y un espectante momento...
Algo se movió. Del suelo, sin ropa y vestida en rojo, se alzaron dos no-muertas. Abrazó a su amo, los ojos desbordados de lágrimas y castañeaba de temor la boca vacía de sonrisas. "Ayuda mi señor, ayuda" alcanzaron a entender.
Volksil no entendía lo ocurrido. Una risa, lúgubre, oscura, sádica, hizo eco en la desolación oscura del salón, emergiendo de una pequeña humanidad en las sombras del escenario. Todo lo que fuera alegría y vicio, ahora era desolación, destrucción, había sido extremadamente purificado. "Por qué?" murmuró Volksil, aterrado de saber que, quien fuera esa hermosísima mujer, quien fuera capaz de hacer algo así, estaría muy lejos de cualquier venganza. Echó una mirada a su hermano, y no supo comprender como podía mantenerse indiferente.
-Esa mujer es lujuria y furia, es instinto más allá de la razón. Es una perra, en verdad, pero no una puta, y lo que hacías por negocio ella lo considera sagrado... a su modo.
Volksil sostuvo a su última esclava, como si la protegiera, o como si se escudara en ella. En un instante escapó a su inmovilidad y corrió con ella hacia la salida más cercana, pero antes de salir oyó la última frase de su viejo aliado:
-Vistes un cuerpo poderoso, hermano, pero recuerda que el poder corrompe.
Una puerta se cerró tras él. Para el amanecer, todo se convirtió en cenizas.

jueves, 5 de febrero de 2009

Mis amadas muertas (II)

Un par de alumnas se estaban retirando y él las veía alejarse por la calle cuando otra figura conocida apareció, acercándose mientras le clavaba la mirada. Su atuendo era negro como su cabello, indicando que se trataba de una de las chicas de Anaika.
Llegó a la casona donde residían. Rara vez un varón entraba, más raro aún que fuera invitado, lo cual hizo al profesor sospechar que algo extraño ocurría.
-Bienvenido Zerstror -lo saludo Anaika al verlo entrar.
-Saludos -respondió con cierta frialdad- casi olvidaba ese nombre. Ya nadie me nombraba así.
Una sonrisa y olvidó el comentario. Pronto le contó lo ocurrido con una de las chicas, obligada a destruir a su hermana vampirizada. Ellas, si bien tenían conocimientos en ocultismo y demonios, aún no estaban tan adentradas en acciones contra seres de la noche como Zerstror, ya experimentado.
-Nuestras intenciones son saber cuales son las intenciones de un vampiro en este lugar. Desde hace mucho buscamos alguno con quien intercambiar información...
-Quieren saber la verdad sobre vampiros y qué secretos pueden sacarles si se alían a él o ellos -la interrumpió Zerstror- Me equivoco?
-Dicho así parece que fuéramos nenas buscando un juguete nuevo -comentó, y volvió a dejar escapar esa sonrisa que no denotaba alegría sino algo atemorizante para casi cualquiera- Encontramos un posible contacto del vampiro, pero necesitamos un hombre para acompañarnos. Una de mis hermanas te acompañará.

Zerstror asintió. Hacia demasiado tiempo que no contactaba con vampiros, pero recordaba detalles que le fué revelando a su inquieta acompañante por el camino.
-Los vampiros no se contagian por la mordida. Cuando un vampiro deja a una víctima sin desangrar por completo y le da a beber algo de su propia sangre le transmite un tipo de células que crean un lazo espiritual... o telepático quizás... dándole una nueva vida parcial pero a la vez pudiendo controlar sus actos a su voluntad. Serían "no muertos" y no vampiros.
-Esclavos -murmuró- como los zombies de los isleños.
Zerstror se detuvo al ver detenerse a la chica, pequeña y delicada como una muñeca, dejar de caminar y colocarse una cadena de perro al cuello; le entregó el extremo opuesto y le explicó:
-Es la única forma en que dejarían entrar a una chica -y señaló el lugar al que se dirigían.

Entraron al megabar, repleto solo de hombres con los ojos clavados en una barra sobre la que se exibían docenas de mujeres con escasas ropas. La chica reconoció entre ellas a las no-muertas que se encontrara la otra noche y algo empezó a bujir en la mente de Zerstror.
Avanzaron hasta una puerta en el fondo del lugar, tras la barra. Un guardia les salió al paso y un movimiento de la mano de la chica frente a su rostro, sin tocarlo, lo dejó paralizado. Entraron forzando la puerta, encontrando una escalera y, al subir, un dormitorio con una enorme cama llena de mujeres desnudas, chorreando sangre por todas partes, y en medio de todas un hombre, lampiño y delgado pero aún varonil, cubierto de cicatrices y símbolos, que en su boca tenía unos colmillos que babeaban y goteaban líquido rojo y caliente mientras su pene ostentaba haber sido saciado en otra clase de sed.
Volteó para ver a sus visitantes y limpió su boca con el dorso de la mano.
-Sabía que vendrían, pero no esperaba que fuera tan pronto -comentó, riendo irónico.
- Gusto en verte de nuevo.

jueves, 29 de enero de 2009

Mis amadas muertas (I)

Era de noche, como siempre ocurre al comienzo de las mejores historias aunque, francamente, esta apenas pasaba de una anécdota. Llovía mucho para tratarse de un verano común y corriente. En la sala de la morgue había al menos una docena de cadáveres recientes de mujeres, entre 20 y 25 años. Una chica vestida con un antiguo juego de corsé y falda sobre un atuendo moderno, completamente negro, entró andando con total calma, sin la expresión de repulsión que suelen poner algunas chicas ante el olor a descomposición reciente. Estaba ahí acompañada de un oficial de policía. Reconoció el cuerpo de su hermana, de quien no le permitieron ver más que el rostro. Estaba tan bella o más de lo que la recordaba de la última vez que hablaron, casi un año atrás. Justo antes de que el asistente forense la cubriera de nuevo con el blanco lienzo pudo notar la marca rojiza que asomaba de la parte baja de su ya pálida nuca. Le dijeron que la causa de la muerte fué desangramiento: aparentemente un atacante sexual la hirió en el cuello con un arma punzante y perdió aproximadamente la mitad de su sangre antes de que el corazón fallara y se detuviera. Dió las gracias al oficial, como quien da las gracias a alguien que le informa el pronóstico del clima, y se marchó.
Tres horas más tarde se oyó un estrépito dentro del depósito de cuerpos. El asistente del forense dió un alarido que partió la noche en dos, pero que se perdió en el viento de la creciente tormenta. Una puerta cayó abajo, y de ella salieron nueve hermosas mujeres completamente desnudas, pálidas, manchadas de la sangre de la víctima que aún no se enfriaba adentro, y olfateando en el viento el lugar donde debían de ir. De pronto, alguien surgió ante ellas.
-Pueden marcharse todas, menos vos hermanita... -dijo la chica neovictoriana- vos no vas a ningún lado...
Las demás obedecieron. La neovictoriana encaró a quien fuera su hermana alzando en su mano derecha un cuchillo de plata que atravesó su pecho hasta el corazón. Mientras caía al suelo, la agonizante creatura usó su último aliento para soltar una pregunta: -Por q...?
-Porq rechazaste a las chicas como yo -respondió fríamente- si tú hubieras sido una de las nuestras... me enorgullecería q fueras un vampiro... hasta te seguiría.
Limpió el cuchillo y lo guardó; sacó del carcaj en su espalda una espada corta medieval y le cortó la cabeza. Se dió la vuelta y se marchó, mientras la lluvia lavaba la sangre sobre la vereda.

martes, 13 de enero de 2009

La nocturna (IV)


Un estampido inundó los pasillos, agudo y poderoso como debe de ser el silbato de dios llamando a los ángeles a comer sus sobras, y las creaturas humanas salieron a raudales de los recintos hacia el hall. Inmóvil entre tanto ajetreo permanecía una figura elegante y oscura como una rosa negra, aguardando a verlo salir. El rostro le era desconocido mas aún así pudo reconocer al espíritu que lo portaba como un niño que cambia de máscara; o como una serpiente que cada tanto cambia de piel, sería mejor decir.
Él se detuvo ante la muchacha. Una leve reverencia fue el único saludo que vió apropiado. Anaika respondió con otra, un tanto más acentuada, sin apartarle del rostro la mirada fría e incisiva.
Salieron de la escuela. Caminaron juntos por las calles angostas ensombrecidas por edificios relativamente bajos. Era el atardecer y por las veredas chicos y chicas se preparaban para la noche, cuando las presiones sociales y familiares iban a dormir junto con quienes las impusieran.
- Hay una revolución -dijo Anaika.
- Era un pollo que estaba a punto de romper el cascarón.
- Y no tuviste mejor idea que despertar a mamá gallina para que les trajera maíz -agregó la chica, llevando la metáfora a un punto casi tonto, tan tonto como quería mostrar la acción del profesor.
- Ella no es mamá gallina, lo sabés.
Anaika se detuvo y tironeó de su brazo para verle los ojos: - Es una de sus primeras hijas, cada noche desatará instintos para los que esta tierra no está lista!
- Mejor ahora que cuando despierte... ya sabes quien...
Anaika lo soltó de repente. La expresión en sus ojos cambió, y entreabrió los labios sin darse cuenta.
- Ella-quien-es-la-noche preparará al mundo para su llegada.
Alzó la mirada: un balcón vomitó aullidos de un grupo de jóvenes a quienes toda seriedad les abandonó por completo al ver una sombra demoníaca avanzar por la calle, dando pasos felinos con sus piernas esbeltas, deslumbrante de oscuridad, ataviada en telarañas y mortajas raídas que dejaban al descubierto partes de la escultura al deseo, al instinto definitivo.
Ella era conciente de lo que inspiraba. De hecho, llevaba todo el camino haciéndolo a su voluntad, irradiando un aura desatadora de instintos que acababa con toda cadena que la moralidad impusiera a la libertad del animal que todo humano llevaba dentro.
- Atención mortales -dijo ella al ver a los dos que la buscaban- la heredera de Lilith ha llegado!

viernes, 9 de enero de 2009

La Nocturna (III)

Bajo la luz de la luna llena su sombra parecía empequeñecerse. Se sentía extraña, aquejada por algo cuya presencia le resultaba del todo invisible. Apresuró sus pasos sin cambiar la altanera expresión en su rostro, su marca inconfundible, el único atavío de la real majestad que imaginaba tener por solo ser un espíritu libre de la noche. Llegó hasta la anticuada puerta con aldabón, quizás la única en todo el barrio con esa característica; lo levantó y dejó caer tres veces, haciendo eco en el silencio dentro de la casa. Oyó los pasos pesados y pausados acercarse, y la puerta se abrió quejumbrosamente para dejar a la vista a una de las habitantes de la casa, la menor de ellas, portando una vela. Habían abandonado el uso de luces comunes por una cuestión de estética y ambientación: todas las chicas en esa casa vestían trajes victorianos negros y grises, y quizás en fiestas púrpura y ocre. Se apartó del umbral invitándola emplícitamente a pasar.
La siguió hasta un cuarto puerta de dos hojas pintadas de negro con un enorme y rojo pentagrama abarcando ambas. Al llamar desde el interior se oyó la voz melódica pero solemne de la chica quien ostentaba una jerarquía dentro de aquella pequeña comuna fuera del espacio y el tiempo de la ciudad.
Luciana entró: vió a la muchacha menuda, pálida y hermosa, de rodillas y desnuda en medio de un círculo dibujado en el suelo de la gran habitación. No la había visto en meses, demasiado quizás considerando que, secretamente, la amaba con una fuerza que a ella misma le resultaba incomprensible; pensándolo de otro modo, quizás fuera razonable que se hubieran alejado. Por su parte, Anaika no estaba ni feliz ni sorprendida de verla.
Luciana tomó una posición humilde ante ella, solo cuando estuvieron a solas. Tras una breve pregunta de Anaika, fué Luciana quien habló un rato, narrando la extraña visión que tuviera la otra noche y el nombre extraño que su profesor le había otorgado.
Solo al concluir la expresión de la muchacha cambió; se puso de pié y salió del círculo con cuidado, y tomó un corsé y unas botas que había junto a una chimenea falsa.
-Si tu nombre en verad es ese -comentó, sin verla directo a los ojos- entonces deberías ser una persona muy diferente. Lil significa noche, y los nombres verdaderos no refeieren solo a que salgas y tengas sexo muy a menudo. Debe haber algo más en tí. Qué sentiste la última vez que viste a la luna? O estuviste con alguien desde que sabes tu nombre y ocurrió algo extraño?
No era posible que Anaika supiera algo de eso, no se lo había contado ni insinuado.
- La luna me cambia el humor, depende de en que fase esté. Y los chicos... y chicas... parecen más sometidos a mi encanto ultimamente.
-Solo éso? -preguntó, ahora sí viendola directo a los ojos y acercándosele- Seguro?
-Creo...-comenzó dubitativa- creo ver sus pensamientos por momento, y hasta imagino tener dominio sobre ellos.
Anaika sonrió irónica un instante y retrocedió. Un momento después Luciana tuvo una imagen en su mente, de ambas juntas, dedicándole amor a la noche como un sacrificio, y estuvo a punto de apartar ese pensamiento de la mente cuando, al fin, tomó la decisión: Su ropa cayó al suelo, dió dos pasos firmes hacia Anaika, quien permaneció inmóvil hasta que las manos la alcanzaron y bailaron sobre ella, desnudándola de nuevo.
Acabó la noche y pasó el día. Al caer la siguiente noche ya había concluido la luna llena. La chica que llegara el día anterior no era la misma que estaba saliendo ahora. Quizás fuera la luna... quizás fuera que al fin reconoció algo que ignoró por años: Su nombre era Lilisha.