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viernes, 30 de octubre de 2009

Perdido (I)

El auto se había muerto, literalmente. Nadie se veía a la distancia, la poca distancia a la q sus ojos podían ver en esa noche tan oscura. Estaba lejos de su casa, en el estrecho paso entre una construcción a medio terminar y el viejo cementerio abandonado, una zona q le era desconocida de recorrer pero cuya reputación le hacía digna de desconfianza.
Decidió, al fin tras un rato de intentar en vano arrancar la vieja cafetera, marcharse y volver con una mecánico en horas de luz. La oscuridad empeoraba el aspecto del barrio.
De pronto, cruzando la calle unos diez metros por delante, vió una figura q le atrajo la mirada al instante, una muchacha de cabello enmarañado pero de vistosa complexión, y se apresuró a alcanzarla.
Pudo ver como cruzaba la otra calle, alejándose, como si no hubiera oído su grito.
Estaba tan entusiasmado por alcanzarla q no pudo notar un colectivo q se acercaba en su último recorrido del día.
Hubo un estrépito, y el chofer descendió asustado junto con dos pasajeros. Buscaron bajo el chasis, sobre la calle y la vereda, pero el hombre q se había cruzado por delante y a quien el chofer juraría haber golpeado de lleno no estaba por ninguna parte.
Antes de volver a subir, el chofer vió a una chica trepar la pared del viejo cementerio. Ella, sentada sobre la pared, volteó hacia él, le guiñó el ojo y saltó hacia el interior del camposanto. Le pareció ver q llevaba algo colgando de una mano, algo muy grande, pero no dió imporancia a esto y continuó. Tampoco a sus extrañamente grandes pies.
Estaba muy cansado.

martes, 6 de octubre de 2009

El contratado (III)

Algo comenzó a ocurrir, pero nadie se había molestado en darle detalles. La voz de la mujer del trono se oyó, pronunciando palabras en una lengua extraña, q no se trataba de inglés, porteugués, ni ninguna lengua oriental. Su voz hacía eco en las paredes de la sala, la cual, aún con los ojos vendados, podía sentir q había quedado a oscuras o tan solo alumbrada por velas.
Estaba preocupado. No solo por el aspecto de las mujeres presentes (le resultaban salidas de un cuento de brujas); también, justo antes de q le acabaran de cubrir los ojos, alcanzó a ver al otro hombre subir y sentarse en el centro de la mesa redonda.
Sintió frío. Viento, mejor dicho, aunque se hallasen en una habitación sin ventanas.
Sintió las voces, susurros nerviosos entre los presentes mientras la anfitriona recitaba.
De pronto la mesa tembló. La dama a cargo de el recitado elevaba la voz, y el viento se volvió evidente y luego una tormenta en medio de la habitación.
El recitado se detuvo repentinamente, al mismo tiempo q se oyó un grito espantoso, un rugido al cielo, acompañado de un golpeteo sobre la madera de grueso algarrobo, tan feroz q la sacudió severamente.
Alguien se puso de pié y le retiró de un rápido jalón el pañuelo q lo cubría. Vió alrededor y descubrió al hombre, dando un salto de la mesa al piso en busca de la mujer elegante, su anónima jefa, y supo exactamente lo q debía hacer, sin dudar tan siquiera un instante.
Saltó también; de un prodigioso movimiento se interpuso entre el sujeto y la víctima, y lanzó un golpe directo al rostro q...
Al momento de asestarle el puñetazo notó q el sujeto había cambiado. Su rostro parecía distinto. Además, quien lo hubiera visto antes no habría imaginado q soportaría el puñetazo de un profesional, sin embargo lo aguantó con indiferencia.
De un revés lo echó de espaldas, pero se alzó nuevamente al instante y, decidido, arremetió contra él con toda su furia y fuerza, incluso utilizando un par de armas japonesas q traía ocultas por recomendación de quien lo llamara.
Todo su entrenamiento en cuatro disciplinas diferentes le fué necesario los diez minutos q duró el combate, hasta q el sujeto cayó muerto.
Al fin, tras recuperar el aliento, encaró a la mujer elegante.
-A q se debió toda esa pelea? -preguntó
-Supongo q usted solo cree en esto -le dijo, extendiendo un sobre q al abrirlo descubrió una importante suma- no será importante la explicación de lo q pasó.
-Pude haber muerto
-Pudo, pero no.
-El tipo no era nadie agresivo
-Quizás le baste con saber -interrumpió la anfitriona, a quien su sierva nombrara Anaika- q este hombre ya no era el mismo q usted vió al momento de entrar, cosa q posiblemente haya notado.
El peleador tomó el dinero, pidió usar el baño para limpiarse la sangre, y luego se disponía a marcharse cuando la muchacha q lo acompañó a la puerta lo detuvo.
-El hombre q entró era un enfermo, de un cáncer terminal, moriría de todas formas; quien usted "mató"... ya estaba muerto desde mucho antes... la muerte lo separa del cuerpo, y no se puede golpear algo q no tiene cuerpo. Entiende usted eso?
-Acabo de matar a un fantasma?
La chica solo sonrió.
Sus pasos lo guiaron lejos de ahí, y se prometió a si mismo nunca más aceptar esa clase de trabajo anónimo.

El contratado (II)

La mismísima manera en q hubiera sido contactado era una advertencia de lo q podría llegar a ocurrir si contestaba.
Al llegar a su casa halló, deslizado bajo la puerta, un sobre del tipo madera, de los q años atrás dejaron de utilizarse, sin marca postal y cuyo único dato de remitente era un número de teléfono móvil. Al abrirlo y leer notó q provenía de una persona conocedora de su pasado como peleador, aunque anónima, quien lo invitaba a prestar sus servicios una única vez por un precio determinado
De cualquier modo contestó. Llevaba casi dos años en un empleo mediocre, desde q un impulso de agresividad, una décima de segundo de inconciencia, lo llevó a golpear al arbitro de una competencia de artes marciales, dejándolo fuera de las competencias oficiales al instante, y fuera de su empleo también al conocerse la noticia y su nombre. Llamó al número, y la mujer q le respondió sonaba preocupada, nerviosa, pero con la cabeza lo suficientemente clara para hablar; cerraron un trato y le pasó la dirección.
Ahora: se hallaba frente a la puerta de una casa tenebrosa, donde un sujeto acababa de insinuarle q debía de matarlo, y una sensación de electricidad estática no lo había abandonado desde q llegó, manteniendo cada vello de su espalda erizado como un gato ante una jauría hambrienta.
Estaba a punto de llamar cuando de pronto se oyó el rechinar de la puerta de madera.
-Estabamos esperándolo -dijo una chica, de aspecto dark, o gótico, o como se llamasen- adelante.

Lo guió hasta una habitación donde se encontraban reunidos una mujer elegante, de unos treinta años (casi seguro, aquella q lo contrató), el hombre q se cruzó en la entrada y, sentada en una silla con brazos y respaldo alto, casi como un trono, contra la pared, se encontraba quien pareciera por su presencia ser la anfitriona del lugar, la directora del evento o lo q fuera q estuviera ocurriendo. O por ocurrir.
-Sabemos q eres indisciplinado -le dijo- sin embargo eres el único q puede ayudarnos. Aunque, por seguridad, debemos mantenerte bajo ciertos términos...
La chica q le guiara al entrar lo acompañó hasta una mesa redonda donde le indicó el sitio donde sentarse, y luego, con delicadeza y corrección, tomó un pañuelo y le vendó los ojos mientras los demás se sentaban.

El contratado (I)


Caminó cobre las baldosas prolijas, viendo el contraste entre su perfecta colocación y sus superficies muy ajadas, contando sus pasos como suelen hacerlo quienes dudan acerca de desear o no llegar a su destino. Sin poder retrasarlo más vió ante él, como un gigante recortando un trozo de firmamento, ese monstruoso fruto de la arquitectura q se resistía al paso del tiempo, de las eras y de las modas.
El tétrico aspecto de casa embrujada lo detuvo en seco. Aún habiendo pasado por tremendas afrentas a lo largo de su vida, en su entrenamiento en las antiguas artes marciales de oriente y en el combate armado, la presencia de la casona no solo se imponía por sus detalles y por su sombra: parecía emanar de la casa misma una niebla propia, una esencia casi invisible pero q afectaba sus sentidos de una manera absoluta, casi dejándolo paralizado.
Un movimiento lo arrancó de su contemplación y le provocó un sobresalto. Se avergonzó de esa reacción al notar a un hombre, no mayor en edad o tamaño a él mismo si es q eso importaba, quien intentaba pasar por la puerta del jardín de esa misma casa cuyo paso impedía con su estado inmóvil.
-Lo lamento -dijo él, y dió paso al hombre-
-No hay porque -le respondió, y tras verlo de arriba a abajo con sus ojos húmedos, enfermizos y enrojecidos, agregó un comentario- creo q más tarde deberá usted matarme, y no va a lamentarlo...