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viernes, 7 de agosto de 2009

Chica de rojo (I)

Su nombre era Carolina. Para ella, toda la vida en la ciudad se reducía a sexo, droga y alcohol, una corta vida llena de excesos y exitación. No pasaba un día sin q su corazón latiera a 140 pulsos por minuto. El dinero que manejaba era tan pecaminoso como los vicios en que lo gastaba.
Sus padres, ambos criados a la antigua, eran católicos conservadores, moralmente cerrados a lo q los siglos trajeron a la sociedad, tanto lo bueno como lo malo.
Una tarde, sus padres descubrieron entre sus cosas un vestido elastizado, un catsuit de color rojo vivo. Ya hubiera sido bastante enojo encontrarlo para, además, verlo de rojo: el color ícono de las prostitutas.
De haber sabido lo q pretendía al usarlo la hubieran matado en lugar de castigarla.
Sin pensarlo dos veces enviaron a Carolina a casa de su abuela; la anciana necesitaba alguien q la cuidara hasta q una nueva enfermera acudiera hasta su casa, un pueblo apartado, lejos de la civilización, los boliches, el ruido urbano y la depravación cosmopolita.
Carolina se detuvo frente a un bar a un lado de la ruta. Se suponía q no debía apartarse del camino ni detenerse, pero era su costumbre desobedecer reglas. Era un bar donde rudos camioneros y motoqueros fuera de la ley se detenían a beber hasta desmayarse, lo cual le hizo pensar lo q podría conseguir ahí. Su hambre de hombres la hizo ponerse de nuevo su pecaminoso atuendo ajustado, el mismo q su madre creyó haber echado al fuego.
Entró con un sobretodo, charló con el dueño, y tras beber un trago gratis se subió a una mesa. Con la atención de los presentes se quitó el sobretodo y comenzó a contonearse. Gritos desaforados la rodearon, babosos hombres se le insinuaron al ver sus adolescentes formas bullentes de potencial sexual. Tras unos minutos hizo su siguiente movida: "Quieren ver más? cuanto vale esto para ustedes?".
El cantinero pasó una vieja gorra, y al cabo de una pasada había recaudado más q en todo el resto del día. Un solo hombre, un muchacho q estaba de paso, no puso más q el valor de su trago y se marchó, siguiendo una búsqueda.
Carolina abrió el frente del provocador catsuit, mostrando piel, en apretado espacio entre sus pechos, y el público enloqueció. Desabrochó una pierna, luego otra, y sus muslos quedaron descubiertos. Más dinero llovía y desbordaba de la gorra q el cantinero debió vaciar en la caja y volver a llenar.
Acabó sobre una mesa, con tan solo una tanga. Tomó su sobretodo y pasó hasta detrás de la barra entre aplausos, silbidos y gritos. Se volvió a vestir y estaba juntando el dinero q había pactado con el cantinero cuando un sujeto corpulento de acento europeo le hizo una proposición q al principio, no por no desearlo, rechazó; pronto vió salir del bolsillo un gordo fajo de billetes extranjeros, más valiosos q los propios, y cedió con gusto.
Pasó el tiempo. Carolina despertó en la cama del cantinero q había usado una hora para conseguirse un sueldo q su padre soñaría con obtener en tres meses.
Al salir el cantinero, dándole al fin una cuantiosa suma, le dijo: -espero q no seas de las q hablan después de hacerlo.
-Por q? -preguntó Carolina
-Estos tipos q encontrás en las rutas son peligrosos. Nunca sabes de donde vienen, o lo q son capaces de hacer. Aunque... creo q ya sabes lo q puede hacer este -agregó, riendo con picardía.
Carolina se marchó en su auto, temerosa. Recordó q le había contado al sujeto sobre su viaje y sui abuela. Esperó, temerosa, q eso no implicara nada.

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