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domingo, 24 de octubre de 2010

Sueño (III)

Una enfermedad corria por sus venas. No podía hacer otra cosa más q esforzar cada fibra muscular para continuar cada tarea cotidiana sin q nadie notara lo q le ocurría. Pero la fiebre era poco menos q imposible de disimular en aquellas épocas, en aquellos parajes helados.

Había visto lo q ocurría con aquellos q la contraían: poco tiempo les prestaban atención, los médicos, mal preparados y muy pocos para tantos enfermos, se daban por vencidos y los dejaban a su suerte en un a cama hasta q cuando al fin, tras días (o hasta semanas) de sufrir morían, sin visitantes ya q nadie quería acercarse por temor al contagio. Incluso los cadáveres eran considerados peligrosos y asi resultaban enterrados sin un doliente, sin una oración, sin una lágrima tan siquiera.
Pero lo q a ella la aquejaba no era la efermedad de las ratas. En los campos, cuando cosechaba sola al atardecer, un hombre extraño apareció sin q notara de donde provenía y la atacó. Era fuerte aunque parecía famélico, y en un movimiento rápido la apresó y la mordió en el hombro. Como acto reflejo lo apartó de un empujón con una mano, mientras con la otra tomó su hoz y abanicó sin apuntar. La cabeza rebotó en la cesta de nabos y rodó por el frío suelo. Espantada huyó a su casa, sin contar a nadie lo sucedido, como lo haría una muchacha descuidada, ingenua y temerosa. La misma clase de muchacha q creería q podía comer nabos q tocaron sangre sin sufrir consecuencias (aunque claro está, nadie en Europa era del todo higiénico en esa época). La misma muchacha q imaginaría q su padecer se debía a la mordida.
Al fin, exhausta de fingir y de soportar su propio peso, cayó. El médico del pueblo la trató como a todos los demás, y así siguió su mismo fin: una sucia fosa común.
Despertó confundida, pero ya sin fiebres ni dolores. Todo en su ser parecía haber mejorado considerablemente. Quizás demasiado.
Buscó a tientas en la oscuridad algo de donde asirse. Y lo encontró: suave, frío y ligeramente blando, con forma alargada y de superficie húmeda. Al intentar incorporarse notó q no había sitio. Tanteó en otra dirección solo para hallar otros objetos similares al anterior, con formas variadas y siempre cercanos y húmedos. Buscó girarse y algo se movió; un esfuerzo mayor provocó q algo cayera sobre ella. La superficie era igual, pero mucho más grande y pesado.
Pronto sus ojos, horrorizados por la situación, se adaptaron a la escases de luz (o eso creía ella) y descubrieron algo q distaba mucho de tranquilizarla: lo q la rodeaba se trataba de cuerpos humanos.
Y muertos.
Desesperada huyó, nadando a la superficie en un mar de carne maloliente sin pensar de donde obtenía la fuerza para ello. Sin pensar en nada más q en salir de allí.
Una vez fuera, todo empeoró...

La luz de la luna cayó sobre ella. Abrió los ojos, y por un instante le trajo malos recuerdos.
- Lena -dijo una voz q le resultaba conocida, aunque el tiempo dormida le dificultaba reconocerla- Lena, levántate...
Lena al fin pudo enfocar sus ojos de cazadora nocturna, esos hermosos ojos verdes, y halló fuera de la tierra, a un lado de su tumba, la imagen del británico q vió justo antes de echarse ahí dentro.
- Erasmo? q infiernos haces aquí? -preguntó en un inglés poco claro-
- Al fin lo logré, Lena -exclamó, con tono de esperanza- al fin tendremos un lugar. Lo tengo todo planeado...
- No voy a salir -respondió- me da asco estar ahí afuera.
- La última vez q viste el exterior era muy distinto.
- Cuanto pasaron? treinta, cuarenta años? -dudó; hablaba con dificultad: estaba famélica de no haber tomado nada en mucho tiempo- No puede haber cambiado demasiado.
- Te garantizo lo contrario
- La última vez tu "plan B" resultó ser un "plan Z" -respondió, con un desparpajo q la hacía digna del siglo XXI- La reina Victoria no permitirá q volvamos a pisar Inglaterra sin decapitarnos.
- La reina Victoria lamentablemente ha muerto. Sal a comprobarlo y no perderás más q unos minutos si deseas volver -dijo Erasmo, extendiendo la mano; permaneció unos segundos sin obtener respuestas antes de decidirse a contárselo- han pasado cien años desde la última vez. Soy casi un siglo más sabio, bella bruja. Sal de esa tumba y sacúdete las telarañas...
Vaciló. Extendió su mano, buscando a tientas la lápidapara volver a colocarla en su sitio, pero por sobre el hombro de su ingenuo amigo vió la posición de las estrellas. Acercó la mano a Erasmo, y emergió una vez más.

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